Esa cara en forma de corazón no es un capricho: es una antena viviente que recoge hasta el más mínimo susurro. Con ese disco facial, sus alas sedosas y su vuelo que no suena ni cuando roza el aire, cazan ratones en plena oscuridad desde prados, dehesas y viejas construcciones donde aún queda un hueco tranquilo.
Durante siglos fueron compañeras incómodas de la humanidad: un ulular extraño, unos ojos que brillan y… ya estaba el cuento montado. De brujas, presagios y desgracias.
Se culpó a la lechuza de lo que no se entendía, mientras ella seguía haciendo su trabajo: mantener a raya a los roedores y sostener el equilibrio de los campos.
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