El 2 de febrero de 2022 ingresó en el hospital de AMUS Orel, un ejemplar juvenil de Águila imperial tras ser disparado en la provincia de Badajoz. En la radiografía se contabilizaron cerca de cincuenta perdigones de plomo. Fue intervenida de urgencia ya que presentaba las dos alas dañadas, además un ojo quedó perforado por una rama en su impacto contra el suelo perdiéndolo de manera irreversible.
Fue liberada en julio de 2022 provista de un emisor GPS gracias a la cooperación de la DGS de la Junta de Extremadura.
Pero su libertad fue efímera, en apenas siete meses fue hallada muerta por electrocución.
El caso de “Orel” fue muy mediático e hizo que una vez más nos preguntásemos cómo pueden seguir ocurriendo este tipo de sucesos. España goza de una buena normativa ambiental pero a pesar de este escudo normativo y legislativo la indefensión de las especies ante unas amenazas concretas siguen representando la gran asignatura pendiente. En la antesala de una crisis ambiental sin precedentes por los modelos de producción, lo más sagrado, sensible y amenazado continúa sin estar asegurado: La fuga de biodiversidad es un hecho.
La historia de este animal viene a refrendar el destino, parece que predeterminado, de muchos ejemplares que a pesar de lo que se haga están condenados irremediablemente. También, los hechos nos inducen a pensar en el terrorífico sumidero en el que se ha convertido un medio atestado de amenazas en el que cada vez es más complejo salir indemne a tendidos eléctricos, venenos, disparos o parques eólicos, entre otros.
No hay datos ni estadísticas reales, volvemos a insistir “reales”, de la incidencia ni de las electrocuciones, ni de los disparos sobre especies de aves protegidas. Se contabiliza solo lo que llega a los centros de recuperación o se detecta en el campo. Las electrocuciones y colisiones en tendidos eléctricos son de las principales causas de muerte no natural en rapaces como el águila imperial, milano real, águila perdicera… entre otras muchas.
El caso de Orel no es único, es más que posible que a otros ejemplares de su especie les esté ocurriendo lo mismo; el águila imperial, emblema de unos ecosistemas singulares que tienen sus últimos rincones aquí, en el sur de la península, de los que quedan apenas unas cincuenta parejas en Extremadura y no quieren vivir en otro lugar del mundo que no sea este. La responsabilidad no deja de pasar por asumir algo que cada día parece más irreparable y que es consecuencia de todos.
Agradecimientos: Dirección General de Sostenibilidad de la Junta de Extremadura y Agentes del Medio Natural de Extremadura y Castilla la Mancha.